Canta la noche salvaje
sus ventriloquias de Congo,
en un gangoso diptongo
de guturación salvaje…
La luna muda su viaje
de astrólogo girasol,
y olímpico caracol,
proverbial de los oráculos
hunde en el mar sus tentáculos,
hipnotizado del sol.
Sueña Rodenbach su ambigua
quimera azul, en la bruma;
y el gris surtidor empluma
su frivolidad ambigua…
Allá en la mansión antigua
la noble anciana, de leda
cara de esmalte, remeda
-bajo su crespo algodón –
el copo de una ilusión
envuelto en papel de seda.
En la abstracción de un espejo
introspectivo me copio
y me reitero en mí propio
como en un cóncavo espejo…
La sierra nubla un perplejo
rictus de tormenta mómica,
y en su gran página atómica
finge el cielo de estupor
el inmenso borrador
de una música astronómica.
Con insomnios de neuralgia
bosteza el reloj: la una;
y el parque alemán de luna
sufre una blanca neuralgia…
Ronca el pino su nostalgia
con latines de arcipreste;
y es el molino una agreste
libélula embalsamada,
en un alfiler
picada a la vitrina celeste.
Un leit-motiv de ultratumba
desarticula el pantano,
como un organillo insano
de un carrusel de ultratumba…
El Infinito derrumba
su interrogación huraña,
y se suicida, en la extraña
vía láctea, el meteoro,
como un carbunclo de oro
en una tela de araña.