El día es claro y firme ahora. Ha llovido.
Hay un vago recuerdo de la lluvia en el aire.
Las grandes hojas guardan sus minúsculas ruinas
– Múltiples ojos claros, gotas limpias y débiles –
Pero ya el cielo está sencillamente azul
(También, es cierto, hay grandes nubes blancas
Que ondean su orgulloso algodón y sonríen),
Y el aire y su recuerdo se recuestan y duermen.
Esta tarde y su lluvia, he pensado en tus ojos.
Esta lluvia he pensado en tu piel, y esta tarde,
Con su cielo y sus nubes, he pensado en tus ojos.
Una tarde, me he dicho, lloverá frescamente,
Lloverá en nuestras flores, lloverá en nuestras hojas,
Nuestra casa será regida por la lluvia.
(Allí sus hilos largos, de cristal delgadísimo,
Se enredarán quizá en nuestros propios pasos.)
Una tarde tan clara como esta misma tarde,
Lloverá en nuestra casa.
Por eso hoy, inexplicablemente,
Mientras su red sin peces descendía la lluvia,
Mientras las grandes flores acercaban sus labios
Hacia ese largo beso, yo pensaba en tus ojos
Tan tristes como míos, y en tus manos, y en ti,
Y en otra tarde casi como ésta.