Ven, sigue de la mano
al que te amó de niño;
ven, y juntos lleguemos hasta el bosque
que está en la margen del paterno río.
¡Oh, cuánto eres hermosa,
mi amada, en este sitio!
Sólo por ti, y a reflejar tu frente,
corriendo baja el Paraná tranquilo.
Para besar tu huella
fue siempre tan sumiso,
que, en viéndote llegar hasta la playa
manda sus olas sin hacer ruido.
Por eso, porque te ama,
somos grandes amigos;
luego, sabe decirte aquellas cosas
que nunca brotan de los labios míos.
El año que tú faltas,
la flor de sus seibos,
como cansada de esperar tus sienes,
cuelga sus ramos de carmín marchitos.
Por la tersa corriente,
risueños y furtivos,
como sueltas guirnaldas, no navegan
los verdes camalotes florecidos.
Sólo inclinan los sauces
su ramaje sombrío,
y las aves más tristes en sus copas
gimiendo tejen sus ocultos nidos.
Pero llegas…, y el agua,
el bosque, el cielo mismo,
es como una explosión de mil colores,
y el aire rompe en sonorosos himnos.
Así la Primavera,
del trópico vecino
desciende, y canta, repartiendo flores,
y colgando en las vides los racimos.
¡Cuál suenan gratamente,
acordes, en un ritmo,
del agua el melancólico murmullo
y el leve susurrar de tu vestido!
¡Oh, si me fuera dado
guardar en mis oídos
para siempre, esta música del alma,
esta unión de tu ser y de mis ríos!…
Si al borde de los dulces
raudales argentinos,
naturaleza levantó mil grutas
de pasionarias y silvestres tilos;
Si de un árbol en otro,
cruzando entretejidos,
cual hamacas indianas, los zarzales
al aire entregan sus flotantes hilos:
¡Es que el amor es dueño
de todo Paraíso!
¡Es que toda belleza de la tierra
es un fragmento del Edén perdido!
Por eso eres más bella,
mi amada, en este sitio
y es más blanda tu voz, y más radiante
la lumbre de tus ojos pensativos.
¡Ámame, no me olvides,
ámame con delirio;
bésame con el beso de tus labios,
como la esposa del cantar divino!
Yo guardaré el secreto,
lo guardará este asilo,
donde, ingenuas, se besan las palomas
ante la augusta majestad del río.