Como el dulce Rabí de Galilea,
con la sonrisa iluminó la infancia,
y derramó de su alma la fragancia
sobre la humilde gente de la aldea.
Su espíritu en el Héspero aletea,
su corazón palpita en nuestra estancia,
y su mano a través de la distancia
la plata de la luna espolvorea.
San Vicente de Paúl y San Francisco
transmigraron a su alma consagrada
a cosechar espinas en el risco.
Junto a la cuna meditar lo he visto.
Se cuajaba de estrellas su mirada
cuando pedía lo imposible a Cristo.
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