Al volver
burocráticos hombres con cartera
descansan un momento.
Hay un rumor de luces suspendidas,
una dispersa claridad de voces,
y en la tarde se abren
los pájaros en fuga,
el coro de las madres y de las bicicletas,
un músico ambulante.
La vida rutinario es esta mansedumbre
de gente que se llama, se besa, se despide,
mientras el sol incendia las fachadas
y se apaga en el agua de la fuente,
en la botella del mendigo.
Está la plaza llena todavía.
Desde el balcón, sentado con un libro,
comparto en soledad la jubilosa
caída de la tarde.
Después habrá un misterio en cada esquina,
un silencio de tilos y de sombras.
Descenderá la noche
saltando como un gato de ojos brillantísimos
y por el decorado de la plaza,
lejos ya del rumor de los talleres,
veré cruzar extrañas siluetas,
un loco en su caballo,
un monarca asesino,
una mujer adúltera de sueños descompuestos,
el sabio que ha vendido su alma, detectives
cargados de derrota,
piratas infernales
y también
burocráticos seres con cartera
que esconden en su vida rutinaria
un estrangulador,
un resistente
de guerras y ciudades sometidas
o tal vez un poeta.
En mitad de la plaza hay alguien que se vuelve
y levanta los ojos
para buscar la luz en mi ventana,
el faro de la noche y sus fantasmas.