El jardín de símbolos

Como si una mano al cielo arrebatara,
Tal vez entonces dudar se detendría,
Y el destino, buscado y encontrado,
Disolviéndose del día en diminutas formaciones,
No volvería – dorado, sempiterno –
A prometer sus símbolos de agua,
Vencido por lo claro indiviso y lo casual.
El imperio de la medida, de la evidencia trágica,
En traje de rombos, de agujas esferoidales,
De lo divino oscuro sufriendo y alejado,
Como los dedos gordezuelos que bailan en el aire
Y así entonando ven el arrastrarse de los pies
Sobre los cuadros luminosos vencidos por las algas,
Recordaría que la tristeza también puede ser deliciosa,
Una vez más extático en el borde de lo natural.
Y a la pregunta que baja como el rayo a través del árbol,
Pregunta sin el alivio del rezo,
A la que no sigue la mano amiga en el dibujo
Doloroso de sus venas, y donde lo infantil tiene un reír grotesco,
No le seguiría por eso una respuesta,
Un apartarse de la cortina que daba al campo donde
Sin detenerse para descansar el hijo del sol se inclina
Y ve en un relámpago negro la belleza del animal,
Doblado el cuello en el esfuerzo poderoso.
¿Dónde tan lejos? ¿Dónde más y más lejos?
¿Dónde acaba la lentitud? ¿Dónde puede acabar lo que no termina?
Si habría entonces dolor, acaso no podría saberse,
Pues no se trataría del dudar, sino de la constancia,
De inscribir en el viejo libro de los Buddenbrook un nuevo matrimonio,
E impávido mirar hacerse la forma en el vacío
Hasta que la quiebra sonase a un acostarse con la risa,
Extendida como un relámpago en la oscuridad y con nombre de diosa,
Regreso entre la niebla matinal al jardín de símbolos.
A1 término del regresar del cielo gris la puerta,
Más próxima de la imaginación que de la inicial dorada,
Acaso Fausto, apoyado, senil, aún vigoroso,
Vería la jarra balancearse sobre la inmóvil cabeza
Y preguntase, a Wagner, insomne, con palabras de sueño: ¿No es esto,
Amigo de la verdad, lo que llamamos destino?
Y en la pausa abierta al dudar presentiría a Mefistófeles,
Bien por la invocación, bien por el alineamiento de los barriles,
En el “Qué bien se está aquí” que devora y desaparece
Rápido como el fósforo que encienden los estudiantes en la caverna.
“Ni Fausto, ni Mefistófeles. Es sólo un cráneo, Monseñor.
Polvo y murciélagos.”
De donde, con la carcajada del clérigo,
Empezaría a hablarse otra vez de lo mucígeno,
Como un borracho que retrocediera hasta el borde de una tumba,
De la nada sin asombro él únicamente oficiante
En el laberinto circular con robledales góticos.
Habríase comprendido entonces la huida de la palabra.
Alejada del cielo y solitaria en su duda,
Del recordar sin fin dolor como una orquídea
Atravesando el lento mar traída hasta la puerta,
Y allí sólo del baile la evocación y el símbolo,
Fragmentariedad del día negado a las metamorfosis,
De la música descendido al preguntar incesante,
Belleza petrificada por sus germinaciones.


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Poema El jardín de símbolos - Rogelio Saunders