Cuando la tomamos demasiado en serio,
La poesía empieza a tomarnos en broma:
Dónde es el papel, en qué otro cielo
Vuela este insecto porque yo lo escribo.
Por qué cadencias la madurez de su ausencia
Se troca en lo que ya antes sin yo saberlo era
Una agregada catástrofe, quizá feliz,
Sin que sea del todo aquí la falta del volumen
Y del peso, casi inconsistente pero ya
Medianamente cierto, éste
Que revolotea entre el cuarto y aquel cielo,
Sin duda tan entero como nosotros
Lo estamos de su lado.
Y si no, certidumbre dime
De dónde viene y adónde va
Su desafiante respiración
Que señalas como ajena y es suya
Aunque lejana, en trayecto.
De igual modo allí están
Cuantos y cuanto no veo,
Adonde el insecto va y donde vuela…
¿Quieres cuál insecto, dime, tras esos bordes?
Nadie conjura nada que no lo haya evocado.
Y leer que es buscar
Lo que más se teme,
El otro acto tan indivisible
Como el caballo o el hombre del centauro,
No es atravesar ningún borde
Sino en la misma vigilia otra repentina forma;
Las manos que vuelven cada página
Abren la maleza de una ambigua selva.
Atardece, es de noche en la ciénaga,
Ya ves como obediente a la luz que declina
Se ha posado a cantar en la orilla vecina,
Las alas contra el cuerpo, inocente de todo.
Nada puede ocurrir si le acierta esta piedra.