El hombre desconociendo

A fuer del adalid que en hora aciaga
Sus moradas de hielo abandonando,
El bello Mediodía
Inundó en llanto y sangre,
Hizo bambolear el Capitolio
Y el Azote de Dios fue apellidado;

Nuncio así de terror, nuncio de muerte,
Circundado de Sármatas guerreros,
Sobre el suelo de Europa,
Morbo letal, despeñas
Tu carro asolador, y desde el Ganges,
Tumbas cavando, el Bósforo traspasas.

Doble vallado de aceradas puntas
Quiere en balde atajar tu asoladora
Marcha: tus venenosos
Prestos golpes en balde
Reconocen los hijos de Esculapio;
Y a la sorda Natura en balde invocan.

Vencido el arte y el poder, tú ufano
De la desolación corres la senda
Misterioso y terrible:
So el velo que te encubre
Al Ángel de la cólera divina
El justo creyó ver con su ígnea espada.

Pero de tu poder, crudo extranjero,
Hace burla la Europa corrompida;
Y tu émula en estragos,
“¡Ola! veremos, dijo,
“Quien envíe más víctimas al Orco
“Y cuales sean víctimas más nobles.”

Así la impía: su malvado acento
A los buenos incita y a los viles;
Suena el clarín de guerra;
Levántanse los fieros
Que en sueño reposaban, desde el día
Que dejó de brillar el astro Corso.

¡Ay! ¡qué de sangre scita y trace inunda
Las faldas de Balkan! ¡Ay! ¡cuántos vuelca
Extinguidos guerreros
El Vístula aciago!
¡Cuánto de lloro apaga vuestras lumbres,
Flamencas madres, Bátavas esposas!

¿Otra vez para horror del universo
Queréis, oh Galos, con un mar de sangre
Regar esa extranjera
Planta, que en vuestro suelo
No arraigará jamás, y cuyos frutos
En criminal furor os embriagan?

Y estas que ora aprontáis armas impías
¿Adónde, adónde, oh Lusos? ¡Ah! ¡estas armas,
No fueron estas armas
Las que en sus altos hechos
A Gama acompañaron y Alburquerque,
Y el lauro os conquistaron de la gloria!

¡Tened!… ¡Jamás del sueño en que yacíais
Para tan negra lucha dispertarais!
¡Tened!… Luchen los hijos
De la Ambición y el Odio;
La sacrílega lid ni un brazo ayude;
Ellos solos al orbe escandalicen.

¡Crimen! ¡infando crimen! Una el habla,
Unas las aras son: corre la sangre
De un padre por las venas
De los dos contendores,
Y una mujer en su materno gremio
¡Ay! con dolor a entrambos concibiera.

¡Nudos bellos de amor! Al golpe horrible
Del hierro fratricida rotos caen:
Se estremece Natura,
¡Ay! ¿y las ves? Ya aullando
Sobre tus torres, oh Ulysea, vagan
Las furias de Montiel y las de Tebas.


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Poema El hombre desconociendo - Manuel de Cabanyes