Era lógico que en verano
escogiera un enorme solar
para pasar las tardes;
coleccionaba seres extraordinarios:
por ejemplo una hormiga perezosa,
algún gusano limpio,
una mariposa horrible, la más fea.
Una tarde pensé en encontrar más diversión
si invitaba a mi mejor amigo. Fue un sábado.
A la siguiente semana se iniciaron los ataques;
pasaban en bicicleta
arrojando bolsas llenas con tierra o agua:
yo me defendí a escupitajos.
Después me arrojaron piedras
pero ya estaba preparado.
La forma más fácil de tener una muralla
era con fuego
y así lo hice: derramé gasolina
hasta quedar encerrado dentro de un gran círculo.
Me estuve en silencio,
nadie penetró.
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