a Blanca del Moral
Cuando el río sube con sus desperdicios
(en la difunta alegría de lo que ha sido revelado),
la mujer abre la jaula.
Una fotografía de impaciencia dirá ser su verdugo,
pero es otra la tormenta entre bambúes;
hubiera sido preciso desterrarse
hasta el no-castigo, hasta la parálisis
de quienes moran la noche
con forma de camelia y maneras de pelícano.
Es probable la escarcha,
como el amor es probable su ácido
y las lívidas rotaciones plegadas sobre el porvenir.
Acaso el testigo,
siempre el acaso merodeador
guardará la muralla.
El altísimo, acaso, ligeramente
profanara las enredaderas de tu heroica pureza.
Se inclina un insecto.
Simulado Artaud barre los desperdicios:
La vajilla está rota,
Nishapus está en llamas.
No te prepares para el encuentro.
¿Cómo creer que lo ignora,
como si hubiera arrojado los granos
de la más fría soledad en su totem?
Nunca más recuerdos para lamer,
ni almendras dispersas.
Jamás un himno para estos perros del ayer.
Que me instiguen a huir.
Anudo la desposesión frente al prodigio.
Dejo las vanidades de este mundo.
Atrás las palabras indulgentes,
Transformadas de arriba abajo por el sacrificador.
¿Hablábamos de paraísos?
¿Cuándo me embriagaron con el nacimiento?
Aquellas fueron las frutas de tu linaje.