El canto de la carne prosigue en la memoria

La memoria hace que escuche el ramaje de los ríos

Y vele el raro pájaro que habita bajo la tierra.

Al abrigo de los árboles apretados de cablote

Los mausoleos se han convertido en alegoría.

Como siempre hay un sonido subterráneo de élitros;

La brisa pasa arrastrando hojas secas, papeles desteñidos,

Y diciendo que en ese sitio no hay nadie. Sólo muertos.

En cada antigua lápida me reconozco: en su cruz lenta,

Mientras permanecen extendidas como alas mudas

Desde el hueco de la tierra. Ahí se mira caldear

La propia imagen y se inventan epitafios crepusculares

Que hablan de libertad y del sudario azul de la mañana.

Los epitafios siempre dicen algo del sonido

Que está bajo la piel; por eso se modelan las tumbas

Con las yemas de los dedos. Las mismas. Las mías

Después de dos mil años: húmedas en el invierno certifican:

Que el canto de la carne prosigue en la memoria.

Cuando regreso de mi descenso la vida arde, libre…


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Poema El canto de la carne prosigue en la memoria - André Cruchaga