a Angela Reyes
Ajusta el cuello
el bravo abrazo
de un ave.
El opaca
la inmediatez
en donde crece
la memoria del roble
impreso
en aquella ventana del salón
abierta al pan recién horneado
al vaporoso aroma del café
cuando en los días idos
unía hojas secas y jazmines vivos
para inventar un bosque.
El ave ronda las tinieblas.
Rompe
la frescura matinal,
el húmedo contorno de la noche
y alcanza
en su murmullo
un seco tono tangencial
grabado a fuego
en la orilla
de sus extraños dedos anteriores.
¿Habrá algún sitio, Hermana
adonde huir?
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