A Galaver
Tienen algo de pájaros, mas sus espíritus delicados repelen el alpiste. Son la especie más rara en la fauna del cielo. Les dejo en el patio algodones húmedos en leche, hostias de sabores, fruta suave. Los ángeles bajan por la noche. A eces los descubro. La música de sus alas. La fruta intacta en su pulpa jugosa. El patio lleno de plumas. “Los ángeles comen polvo del paraíso, granos de estrellas”, dice mi mujer. Un ángel de mascota muere de hambre o de melancolía. Una lástima con alas. Tal vez esté en camino una nueva generación de ángeles cuyo metabolismo sea menos etéreo. Ángeles que disfruten lo mismo una pierna de vaca que los dientes de un pez. Una vaca que cante. Un pez que ría como si el sueño de la muerte le mostrara un sendero de luces. Lástima. Imposible encontrar polvo del paraíso; las estrellas que caen no llegan a la tierra. Los ángeles serían sin duda más felices.