Pensativo está Don Opas,
doctor en ambos derechos,
catedrático de prima,
en el mismo claustro y gremio.
Pensativo y cabizbajo,
al ver como van cundiendo
con las doctrinas de Estrangis,
el abandono del Ergo:
y dando a puño cerrado,
sobre un sillón reverendo
de vaqueta de Moscovia,
que heredó de sus abuelos,
¡o tempora, o mores! Dice,
¡oh desventurados tiempos!
¡Oh abandono de las aulas!
¡Oh triunfo de los mozuelos!
Pierden las ciencias su lustre,
y olvídanse, en polvo envueltos,
las perlas de Peripato,
flores del entendimiento.
Al ácido, al gas, al tubo,
vilipendiados cedieron,
la agudeza del Distingo,
la gracia de Darii, Ferio.
Por las retortas dejamos
aquel retorqueo argumentum,
que en las aúlicas batallas,
daba los golpes postreros.
¡Oh Sorites! ¡oh afamados
silogismos en Fapesmo!
Torna a ilustrar el mundo;
volved a aturdir los techos.
Y vosotros, inmortales
comentadores amenos,
que al veros en pergamino,
hay quien os quite el pellejo;
hoy risa excitan (¡oh nefas!)
vuestros sublimes conceptos,
y vuestras doctas columnas
sirven a envolver ungüentos.
¿Quién hay que estudie de Sánchez
los donosos himeneos?
¿Tus teses, oh Villalpando?
¿Tus cuestiones, oh Acevedo?
¿Quien hay que escriba alegatos
con citas de Tolomeo,
y en un pleito de tenuta
describa el Peloponeso?
De nuestro latín se burlan.
¿Qué tiene que ver, camuesos,
el arma virumque cano,
con el per accidens nego?
Dijo, y calando el embozo
del clarísimo manteo,
se marchó a unas sabatinas,
a rebuznar argumentos.