Mirad las aves del cielo,
Como no siembran ni siegan,
Ni allegan en alelíes
Y nuestro Padre Celestial las alimenta.
San Mateo; VI, 26.
I
De un buque trasatlántico velero,
Que hendía el mar con su tajante quilla,
Cantaba amargamente, en la toldilla,
Un zorzal de mi tierra, prisionero.
El áureo pico traspasó el acero,
Cedió al dolor la dura puertecilla,
Y, en sueños viendo la ignorada orilla,
El pájaro feliz huyó ligero.
Rendida y sola, en el desierto plano,
Sobre el dintel del cielo el ave hambrienta
Llamó tres veces con el ala en vano…….
Brilló el rayo… luchó con la tormenta…
Cayó en el centro azul del Océano…
¡Dios a los pajaritos alimenta!
II
Cayó en el centro azul del Océano,
Al tiempo que flotaba, en el olaje,
Una balsa de hierbas y ramaje,
Que aun conservaban su verdor lozano.
De alguna selva de un país lejano
La tempestad, en su furor salvaje,
Traía sobre el mar, con el follaje,
Blanda semilla y generoso grano.
Así el pobre zorzal desfallecido
Recibe entre las ondas el sustento;
Cobra en las brisas el vigor perdido;
Cruza en la balsa el túrbido elemento…
¡y, al divisar la tierra de su nido,
Se alza, cantando una oración, al viento!