A Raúl Contreras,
Gran Poeta y Mago
De los jardines
Libre la muerte en la tierra
yerra
Y el sabio la muerte atiza,
Iza
Banderas de odio y al
Arma
Las manos de los hermanos,
Manos
En caricias adiestradas,
Hadas
Del cariño, del intacto
Tacto
De las formas bien amadas.
Hadas!
Manos de la creación,
De siembra, no de la guerra,
Divina prolongación
De las de Dios en la tierra,
¿qué desventurados hados
Os deshonran y deprimen,
Oh manos de los arados,
Hasta ser manos del crimen?
¿Qué emponzoñada malicia
Os vuelve, manos amadas,
¡oh manos de la caricia!
En manos de las espadas?
Sabio antidiós, asesino,
Sino
Del asesino te aguarda!
Arda
Dios en furia y te maldiga,
diga
Tu condena y te destruya,
huya
La ternura de tu vera.
Era
De espanto y de cobardía,
día
Que manchará la memoria
De las memorias sombrías,
Eternizando en la historia
La vergüenza de los días,
Mueran contigo, antidiós,
Recreador de la nada
Y se extinga tu jornada
Que avienta la obra de Dios.
-¿Era aquí la primavera?
– Era.
-¿Y el trigo de la pradera?
– Era
-¿Y la niña espigadera?
– Era!
-¿Y la casa que era amparo,
Pan y sombra, aceite y vino?
-En donde estaba hay un claro:
Por allí pasa un camino.
Raúl, junto a mi rincón
con
La visión de este milagro,
agro
Que embelleció tu maestro
estro
Huyendo de venda y bando
ando
Por tus jardines de ensueño,
sueño
El gran sueño que tú sueñas,
No el que el asesino fragua,
Mientras se irisan las peñas
Con la ternura del agua,
Sueño de la tierra honrada,
De la justicia y el bien
Para siempre iluminada
Por la estrella de Belén.
Al agradecer mil veces
El refugio que me ofreces
Pienso grave y conmovido,
Viendo su dedicatoria,
Que me salva del olvido
Piedra de buena memoria.
Hermano, en las horas malas
alas!
Para el frío desencanto
canto,
Sobre nuestras carabelas
velas
Con aletazos de viento
Que, en la furia de las olas,
Nos lleve a riberas solas
En tierras de canto y cuento;
Y al fin del viaje belleza
De un jardín salvadoreño
En que la rosa del sueño
Abra su olor de tristeza,
Y nos traiga su fragancia
ansia
De inmensa paz, exquisita
cita
Con las saudades más hondas,
ondas
De los recuerdos preclaros,
claros,
Que alumbraron nuestra vida
ida
Y esperar que lo inefable
hable.