Sintiendo Silva, de amor
Gravemente el alma herida,
Y que jamás acostumbra
A herir, que deje con vida;
Con vida que fuera de él
Vivir pueda un solo día,
Empezó a hacer testamento,
Y con prisa disponía
De todo lo que hasta allí
Esperaba o poseía.
Manda el alma, a su Pastor,
A cuyo imperio rendida
Está, porque en buena guerra
La ganó estando cautiva.
Y al cuerpo, con S. y clavo
Un precepto le ponía,
De que al alma, su señora,
Sujeto y sin rebeldía
Obedezca humildemente;
Y él así lo prometía.
Nombrado ha por heredero
De su loca fantasía
Al mundo, porque de él hubo
Esta hacienda tan de estima,
Y el mayorazgo heredado
De aquella prosapia antigua
Que suele rentar cada año
Dos millones de fatigas:
Las unas sobredoradas
Y llenas de amargo acíbar,
Y las otras plateadas
Y por de dentro vacías.
Deja a los ricos avaros
El muy rico oro de Tíbar;
Y a los Señores y Grandes,
De vanidad una sima.
Y el bajo amor fementido
Que a las almas tiraniza,
A los corazones viles
Que sobre sí le entronizan.
Las galas manda a las damas:
Y toda la bizarría,
Guantes, ámbar y pebetes,
Cazoletas y pastillas,
Fiestas, banquetes, jardines
Faustos, pompas, cortesías,
Entre aquellos a quien toca,
Por no hacerles injusticia,
Quiere que se les reparta
Todo en juro de por vida,
Y en esperanzas sin fruto
Y en la flor desvanecidas.
Y en quimeras y designios,
Trazas, lisonjas, mentiras,
Intereses, pretensiones,
Temores, melancolías,
Correspondencias y amigos
Compuestos de mil falsías;
Mejora en el tercio y quinto
A la gente más lucida:
A los discretos y honrados
Que tienen por granjería
El tratar con esta hacienda
Y rica mercadería.
Y al ya nombrado heredero
Deja lo que se le olvida,
Para que lo dé a quien sabe
Que más su Amistad codicia.
Y vuelta Silva al Pastor
De cuyo amor quedó herida,
Le dijo: “Bien de mi gloria,
Recibe a Silva, que expira”.
Y en sus manos dejó el alma.
Y el Pastor la recibía,
Y con solemnes exequias
Él mismo la deposita
En un glorioso sepulcro
Que dentro en su pecho había,
Dejando el de sumo olvido
Que para Silva tenía
El vano mundo engañoso
Edificado a gran prisa.
Y el Pastor, muerto de amores,
Puso a su esposa querida
Una letra soberana
Que su memoria eterniza,
Que dice: “Silva, cual Fénix,
En mil llamas encendida,
Yace dichosa y feliz
En mí, del mundo escondida”.