Cuando la razón tenía
Mis afectos concertados,
Le fueron tiranizados,
Y, a mi ver, sin tiranía;
Porque Amor, que pretendía
Ser dueño del corazón,
Le mostró a Filis acción
Tan apacible y tan fiel,
Que ya no ha dejado en él
Ni un átomo a la razón.
Y luego que a la obediencia
De Filis tuvo rendidos
Con los fáciles sentidos
Los de mayor excelencia,
En lo puro de mi esencia
(a cuya luz no se atreve
Ni una nubecilla leve)
Le dedico el vivo altar,
Donde se humana a aceptar
El culto que se le debe.
En esta región secreta
No tiene el engaño parte,
Ni la adulación ni el arte
Que a la fortuna respeta;
De la sencillez perfecta
(diosa en esta esfera) alcanza
Mi decoro su alabanza,
Porque, a merecer atento,
Ejercita el sufrimiento,
Y no escucha a la esperanza.
Generosa la pureza
Se entraña aquí en las acciones,
Por quien acepta sus dones
Otra no vulgar nobleza;
Que como Naturaleza
En lo esencial siempre es una,
No son de importancia alguna,
Para premiar voluntades,
Las falsas desigualdades
Que introdujo la fortuna.
Y así con esta igualdad
(aunque a la humana licencia
Pone Filis reverencia
Y horror su divinidad),
Las alas de mi verdad
Por los claros aires pruebo,
Donde, con ejemplo nuevo,
Propicio al sol me asegura,
En cuya luz limpia y pura
Con felicidad me elevo.
Por fértiles, ya no pueden
Caber sus efectos dentro
En mi fe; y así, del centro
Que los atesora exceden;
Y él, aunque más raros queden,
Cuanto menos exteriores,
Muestra en ellos sus favores,
Atónito de que pudo
Llevar con silencio mudo
Finezas tan superiores.
Mas si en el estéril seno
Es Amor quien los cultiva,
Cierto es que dél se deriva
Fruto de sazón tan lleno.
Así con Humor ajeno
Crecen pimpollos altivos
Que en infelices olivos
Ingirió industriosa mano,
Y el árbol se mira ufano
De los ramos adoptivos.