Baila, que él tiene el cuerpo cubierto de vergüenza
y la lengua seca saliéndole por la boca dulce,
como una vena perdida.
Yo pienso en él, y ya no me duele el silencio,
porque nunca estará más cerca de la luz
que en su muerte. Su pobre muerte
encadenada.
¡Ya ve su sueño en el desierto!
Las altas tardes que van naciendo del mar, los pájaros con los árboles
de las colinas; las gentes aún
pegadas a las sombras
a los ríos obscuros de la carne.
Su muerte, sí, su muerte, un poco de la nuestra;
de nuestra muerte sin premura. Ya estás ahí, solo como alguno de nosotros
en la vida.
Duerme, triste mío, perdido, que yo estoy oyendo
el canto del adufe que viene del desierto.
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