Casida de la bailarina (i)

Si baylas, no miro miembros
tan sueltos en tus ninfas, ribera
Gaditana, ni passos hazia Venus
tan resueltos.
(Bocángel)

Quiero acordarme de una ciudad deshecha, junto a sus dos ríos sedientos:
quiero acordarme de la muerte en los jardines, del agua que beben las
palomas,
ahora que tú bailas, y cantas con una voz áspera de campamento;
quiero acordarme de la nieve que vuelve con la lluvia
para humedecer su boca de viento dormido, su luna abierta entre la yedra.
Quiero acordarme de mis amigos, ay, de cómo dormirá una mujer que he
querido.

Baila, aliento triste, alarido oscuro. Lleva tus pies de acero sobre los
alacranes
que tiemblan por las hojas de la madera,
golpeando sus tenazas de polvo
cerca de tu piel.

Baila, amanecida; empuja el aire con el calor del cuello, con la
serpiente que conduces rota
en la mano enamorada y dura.

Yo estoy pendiente de ti, ensombrecido: tu canto me enfría la cara, me
envenena el vello.
Qué haría para poder estar quieto,
abierto en tu garganta llena de barro,
hasta resbalarme por tu pecho, como una llama de rocío.

Baila sobre el desierto caliente,
Nilo de voz, delta de aire perecible.

Quisiera oír su voz que duerme inmensa con su narciso de sangre
en el cuello,
con su nobhe abandonada en la tierra.

Quisiera ver su cara caída, impaciente sobre el amanecer,
junto a su viola de luz insuperable, a su ángel tibio;
su labio con su muerte, con su flor deliciosa sumergida.

Así, ofrecida; luna de jardín, perfume de fuente, de amor sin amor;
ah, su alto río encerrado, vagando por la aurora.

Rosa de cielo, de espacio melancólico;
Orfeo de aire, numeroso solo. Quién verá
su sombra cubriendo los árboles
o volviendo del agua, desnunda. Quién verá
la tarde que contuvo su cara de hombre muerto.
Su soledad esparcida entre los ríos.


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Poema Casida de la bailarina (i) - Ricardo E. Molinari