Carta

El aspereza, que el rigor del cielo
Usa conmigo en soledad tan larga
Llena de llanto, falta de consuelo,

Hace que tenga por pesada carga,
La que por dulce vida un tiempo tuve,
Y ahora me parece muerte amarga.

Mientras con la esperanza me entretuve,
Y al corazón de tu favor hambriento
Con la palabra dada, y fe mantuve,

Viví, señora, con algún contento,
Llevando el gusto de uno en otro engaño,
Causa del mal que ahora paso, y siento.

Porque llegado el duro desengaño,
Cuanto fue en mí mayor la confianza,
Fue mayor la ocasión del grave daño.

Nunca pude entender que en esperanza,
Que fue engendrada en tan divino pecho
Pudiera haber un punto de mudanza.

Algunas ocasiones lo habrán hecho,
Que siempre el hado que en mi mal se ensaya
Busca mi daño, aparta mi provecho.

O porque esta desierta, y seca playa
No debe ser merecedora, y digna,
Que tanto bien en sus riberas haya.

¿Que fuera ver esa beldad divina
Adornado este soto, y su ribera
Con esa luz a quien el sol se inclina?

Viéramos en invierno primavera,
Y el seco, estéril, y agostado estío
De flores coronado se ofreciera.

Duélete el ecesivo dolor mío,
Y ver que con mi triste, y lamentable
Llanto crecen las aguas deste río.

Cumple divina Ninfa la inviolable
Palabra, que me diste, que no pienso
Que pueda haber en ti cosa mudable.

Ven ya ¡Célida mía! y del inmenso
Mal que padezco (si te agrada, y place)
La ocasión sentirás más por extenso.

Y si esta tierra no te satisface,
Satisfágate esta alma donde vives,
Que en tierno llanto el corazón deshace:

Y si en otro lugar gusto recibes
Que venga haber efecto este concierto,
¿por qué razón señora no lo escribes?

Quién estuviera satisfecho, y cierto
De un sí, que en esa boca tanto vale,
Que basta dar la vida a un hombre muerto.

Si el fuego vivo, que del alma sale
A tu valor, y gran merecimiento,
Sin ser posible quieres que se iguale,

Ya ha hecho lo que puede el pensamiento,
Pues se subió hasta abrasar las alas
En la esfera del más alto elemento.

No eres tú, Ninfa, la Belona, o Palas
Cuyo propio ejercicio es hacer guerra,
Que en la divinidad sola le igualas:

Eres ángel, o dama, en quien se encierra
El valor, discreción, y hermosura,
Que puede desearse acá en la tierra:

Mas no vivas contenta, y tan segura
Con ser en suma perfección hermosa,
Que eceda a la prudencia, y la cordura:

Porque eres obligada a ser piadosa,
Y ese don que te dio naturaleza
No usarlo siendo tibia, y desdeñosa:

Que pasa el tiempo al fin por la belleza,
Y a veces suele dar cruel venganza
Del rigor, el desdén, y la aspereza.

Y la que de belleza más alcanza
Ha de considerar, que está sujeta
A su costumbre, y natural mudanza:

No hay perfección de dama tan perfecta
Que contra el tiempo pueda ser constante
Que todo lo aniquila, y lo sujeta.

Llega la enfermedad, y en un instante
La divina beldad deshace, y borra
De la más libre, altiva y arrogante.

Que es de tal condición, que no se ahorra
Con blancas manos, ni cabellos de oro,
Por más que en su favor la suerte corra:

Pues ya el dulce parlar, y aquel tesoro
Del cuello altivo, y cristalina frente,
Con que a la gravedad guarda el decoro,

La fina grana, y el ebúrneo diente
Los dos carbuncos, y aguileña plata,
Los claros rayos del dorado Oriente,

Por todo pasa, y todo lo arrebata,
Y si en flor no lo coge su fortuna,
La antigüedad del tiempo lo maltrata.

Así, señora, que si cosa alguna
No puede ser que sin mudanza viva
En cuanto está debajo de la Luna,

Cordura me parece que la altiva,
Y vana presunción se deje aparte
El desdén fiero, o condición esquiva.

Y no quieras tener el avisarte
Por libertad, y atrevimiento loco,
Que no ha sido mi celo disgustarte:

Mas es materia general, que toco
En que las diosas Venus de la fama
Se vienen deslizando poco a poco.

¿Por cuanto no querrá la grave dama,
Que desdeñó al galán por vanagloria
Viéndolo arderse en su divina llama,

Que de sus daños lleva la vitoria,
Cuando la venga a ver marchita, y seca,
Y lo pasado traiga a la memoria?

Bien se yo, que si en este caso peca
Todo el universal de damas junto,
Esta costumbre en ti se muda, y trueca,

Que tu ser, y valor puesto en su punto
Te obliga a ser benigna, afable, y mansa,
Y no tirana a un corazón difunto.

Con la imaginación desto descansa
El alma triste que contigo llora,
Y en la furia mayor su llanto amansa.

Yo quedo cierto, y satisfecho ahora,
Que tengo de gozar tu alegre cara
Que al fin darás la vida a quien te adora,
Y en servirte una vida, y mil gastara.


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Poema Carta - Vicente Espinel