Canto de silvano

A la sazón que se nos muestra llena
la tierra de cien mil varias colores,
y comienza su llanto Filomena;

cuando, partido Amor en mil amores,
produce en todo corazón humano
como en la tierra el tiempo nuevas flores;

al pie de un monte, en un florido llano,
a la sombra de una haya en la verdura.
cantaba triste su dolor Silvano,

y asegundaba voz en su tristura
el agua que bajaba con sonido
de una fuente que nace en el altura.

Pastor en todo el valle conocido,
a quien la musa pastoral ha dado
un estilo en cantar dulce y subido.

Después que su zampoña hubo templado,
dijo, como si viera ante sus ojos
a aquélla por quien vive apasionado:

“Silvia cruel, pues que de mis enojos
el número mayor más te contenta,
y es tuya la vitoria y los despojos,

muévete al menos a tomar en cuenta
aquella voluntad tan conocida
con que sufro el dolor que me atormenta.

No sé por qué de ti ya no es creída,
si no porque de grande es increíble
y tú, enemiga, de ti poseída.

¡Oh, si me fuese ahora tan posible
acabar ante ti por contentarte,
como vivir sin ti me es imposible!

En pago de aquel tiempo que en mirarte
gasté contento, cuando no mostrabas
como huelgas ahora de alejarte,

Silvia cruel, que verte me dejabas,
porque venido al tiempo de no verte
me viese cual tú verme procurabas,

si del atrevimiento de quererte
merecí pena, ya la padecía,
que bastaba perderme sin perderte.

Acuérdome de un tiempo que solía
contar Silvano el triste sus pasiones,
y Silvia la cruel se las oía.

Acuérdome que mis toscas razones
hallaban en tu pecho acogimiento,
si hallaban también contradicciones.

Acuérdome también que mi sustento
era tu vista y desto se holgaba
quien huelga ahora de mi perdimiento.

¡Quién me dijera, cuando yo te daba
cuenta tan larga de las ansias mías,
que desventura tal se me guardaba!

¡Quién me dijera, Silvia, que encubrías,
so color de dolerte, la crueza
que al fin acabará mis tristes días!

No pienses que tendrá ya tu fiereza
lugar en mí do pueda ejecutarse,
que la fuerza que viste es ya flaqueza.

Mi vida es la que gana en acabarse,
tú sola perderás en que se acabe,
que yo no pierdo sino en dilatarse.

Este alto monte, que mis ansias sabe,
por mi contino canto doloroso
sabe la crueldad que en Silvia cabe.

Y al son que hacen triste, y tan lloroso,
las ninfas del Tesín en su ribera,
responden las del Po, claro y famoso.

Deste llano, do siempre primavera
hallaban los pastores y el ganado,
hora huye y se aparta toda fiera.

Sólo Silvano, el triste desdichado,
a llorar su dolor y desventura
quedó, como en desierto, desterrado.

¡Cuán diferente ya en esta pastura
de aquél que ahora soy me vi cantando,
no versos de dolor ni de tristura,

sino de tal sujeto que, en tocando,
la rústica zampoña resonaba
mi suerte y tus bellezas alabando!

Y de las dos riberas se juntaba
la más sentida parte de pastores,
que, estimando mi canto, me escuchaban.

Allí los más penados amadores
a cantar comenzaban dulcemente
en amoroso verso sus dolores.

De sombra en sombra, de una en otra fuente,
en loar cada cual a su pastora,
procuraba mostrarse más valiente.

Donde no se pasó jamás un hora
que tu precioso nombre no se oyese,
tu nombre, Silvia, por quien muero agora.

Ni pienso que algún olmo o salce hubiese,
do escrita de mi mano por tu gloria
parte de tu valor no se leyese.

Con esta simple pastoral historia
procuraba dejar en estos llanos
inmortal para siempre tu memoria.

Porque del bien de nuestra edad ufanos
pudiesen en el tiempo venidero
gozarse los pastores comarcanos.

Entonces tuve vida, ahora muero;
entonces, Silvia, no menospreciabas
a tu pastor Silvano, aunque grosero;

entonces vi que no te desdeñabas
de alegrar con tu vista estas riberas,
sin mostrar que de verme te enojabas.

Gozábamos tu vista, tus maneras,
tu habla, tus graciosos movimientos
para hacer mil almas prisioneras.

Y todas mis congojas y tormentos
con tu presencia así se deshacían
como la niebla con furiosos vientos.

Cuando estos campos tanto bien tenían,
los árboles, las flores y los prados
de granizo ni piedra no temían.

Todos los frutos por aquí sembrados
se vían de hora en hora levantarse
como por mano de natura alzados,

y todas estas yerbas alegrarse,
como se ven ahora, no te viendo,
antes de tiempo y sin sazón secarse.

Pero cual yo te vi flores cogiendo
por estos campos es para sentirse
sólo en el alma, y voylo yo diciendo.

Al aire esos cabellos vi esparcirse,
en mil ñudos al aire esos cabellos,
y luego de una nube el sol cubrirse

de corrimiento y pura envidia dellos,
hasta que tú, porque él se descubriese,
tornabas a encubrillos y cogellos.

Si con el bien perdido se perdiese
la memoria que vive tan dañosa,
aún pienso triste que vivir pudiese;

pero con ella en ansia congojosa
pasaré con dolor lo que me queda,
que es poco, desta vida trabajosa.

Volvió Fortuna su mudable rueda
porque en estado triste y miserable
quejarme siempre sin valerme pueda.

Y tú, Silvia cruel, fuiste mudable
con quien tuvo y tendrá siempre contigo
una fe y un amor tan entrañable.

Pues si tal crueldad usas comigo,
procurar, siendo tuyo, de acabarme,
¿qué más puede esperar un enemigo?

En comenzando tú a desampararme,
me faltó todo bien y la esperanza
que en algún tiempo no solía faltarme.

Has mudado mi ser con tu mudanza,
y sola una señal no me dejaste
de bien en que tuviese confianza.

Y pienso que, de ver que no acabaste
esta sombra que queda de la vida,
aún no juzgas mi mal tanto que baste.

Pues aunque tu belleza es tan subida,
no soy tal, si lo miras, que merezca
que de mí te desprecies ser querida.

Ni tan disforme soy que, do se ofrezca
mostrarme con pastores mis iguales,
no pueda parecer, y no parezca.

Y tú mesma de nuestros mayorales
siempre viste tenerse y estimarse
Silvano, el que ahora muere, y no le vales;

pues de lo que un pastor debe preciarse,
en nuestro valle ningún otro veo
que de mí le hayas visto aventajarse.

Mi canto ya le oíste, y yo no creo
que pudiera de ti ser más loada
la musa de Damón y Alfesibeo.

Mas triste, sin ventura, todo es nada:
¿qué vale fe en amor, ni partes buenas,
a pastor cuya vida es malhadada?

Antes ayudan a doblar las penas,
que tanto más las siente el que padece,
cuanto más le debieran ser ajenas.

Porque al pastor que menos lo merece
la Fortuna cruel se muestra amiga,
y al que merece más desfavorece.

No sé, Silvia, qué piense o qué me diga,
sino que ya no espero que se amanse
tu enojo ni que menos me persiga.

Mis días hacia el fin vuelan y vanse,
y pienso serán antes consumidos
que vea un hora sola en que descanse.

¡Oh, si ahora mis versos doloridos
con este triste son se levantasen
y pudiesen llegar a tus oídos!

Que ya que tu dureza no ablandasen,
yo sé que de mi mal alguna parte
que negar no pudieses te mostrasen;

no porque vayan guarnecidos de arte,
sino por ser el cuento simple y puro
del dolor que comigo Amor reparte.

Versos movieron corazón muy duro,
mas es el tuvo duro en tal extremo,
que ni lo espero ya ni lo procuro,

ni busco otro remedio, antes lo temo,
pues sale de mis ojos siempre un río
que pasa por la llama en que me quemo;

y ni el gran fuego al triste llanto mío
disminuye el Humor que le sustenta,
ni decrece el ardor por agua o frío.

Y si pena mayor quieres que sienta,
o mayor puede ser, mándalo luego,
que cosa no querrás que no consienta.

Mas mira el triste llanto y vivo fuego
que me consume y arde, y verás claro
que no puedo pasar de donde llego,

que ni a pastor jamás costó tan caro
amar pastora, ni la quiso tanto,
ni se vio perdición tan sin reparo”.

Aquí llegó Silvano con su canto,
dando por fuerza de pasión tamaña
fin a los versos y principio al llanto.

Eco, del centro de la gran montaña,
resuena en su favor, ya por costumbre,
con temerosa voz, triste y extraña.

Mas como Febo, con su clara lumbre,
acabó de encubrirse y esconderse,
desamparando ya toda alta cumbre,

y se alegraba Endimión de verse
cercano de gozar su bien tamaño,
comenzó el pastor triste a recogerse,
llevando a la majada su rebaño.


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Poema Canto de silvano - Hernando de Acuña