Una ballena de sal
apareció muerta
en la Plaza Central de Tegucigalpa.
Nadie sabe nada,
la expectativa a puerta cerrada
y el miedo, como una piedra torcida en la mano,
se abalanza sobre el crepitar de los pasos.
Rifles despuntando esperanzas,
palabras cuánticas midiendo injusticias.
Se ha levantado un triángulo de humo
sobre la plaza
y perfora a cuadros
el grito glacial de la multitud.
Una sustancia violenta ronda las esquinas,
hombres verduscos con bombas tragapalabras
llenan alforjas de desesperación,
cuento común para empezar el día.
Sólo seis heridos pronosticó el diario.
Nadie vio nada, nadie sabe nada,
y la ballena de sal
vuelta piedra,
por la impotencia de rostros
que siempre serán ajenos.
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