A Juan Carlos Vílchez, Iván Uriarte, Alvaro Urtecho, Gustavo Adolfo Páez, Manuel Martínez,
William Valle Picón, Francisco de Asís F., Gloria Guardia, Franz Gálich y Erick Aguirre…
Con el soplete y la llama de la poesía.
Debimos nacer por reducciones del destino.
Nos acompañamos con palestra propia para no involucrar los egos en extraño camino
Y símbolo mezquino del sacro ícono. Del poema es la culpa.
El convite es de soperas y umbrosa fama; por razones de tiempo asumimos argucias del Güegüense.
Debemos adiestrarnos, pulir los huesos con flacuras.
Si pudiéramos, tapemos el sol con antiguos maestros y báculo de relamida pestaña
Para invocar la camorra de los candiles con rebeldía de lo que un día amamos.
No nos queda más que dar las tres vueltas del perro, oler la placidez para remendar la atarraya y la memoria.
Todo esto lo hacemos porque los amamos; vaya y con respeto, para romper límites de cal y arena;
Vaya y con los bordes del epitafio, sin tramar ningún crimen de lo que más se ama;
Vaya la promulgación de otros paisajes. Es como alistar las armas,
Los oráculos de las vacas gordas y flacas o atriles de bibliotecas con caldo de huesos memorables.
Si los veneramos atisbamos nuestro insomnio. La grey desanda caminos con palancas y ganzúas;
La grey grupera y verbal, la grey del acento que no se aguanta:
Hiede a muerto celeque el estilo que se copia “el muerto al hoyo y el vivo al bollo.
La gloria es dolor en la piñuela, bramadero del poema clavando espuela y visiones.
Chupamos la teta seca de la tristeza, bebemos del agua que se zafa, batazo en la crisma cuando lo queremos,
Sopa de chombón y luna para las inspiraciones; “el gavilán con caldo de pollo en la resolana”;
Cielo del que bajamos con más hambre,
Sobre los adoquines y el centauro que relincha con ardor de sarna en las ingles.
Lo que todavía no se ha escrito se cocina en el saco de gangoche:
Un zopilote cisne pendenciero y lo reconocemos desde adentro para afuera,
O desde afuera el íngrimo azul de la computadora.