Estación de la humedad.
Yo tenía un sueño que tenía tus ojos,
Y cada vez te llevaba un corazón.
Tu imagen, creciendo sobre las vías del tren,
Era el delirio.
Luego era la noche, el cementerio
Cuya soledad sólo era interrumpida por tu mirada.
Y se hacía la lluvia.
Dentro de alguna cripta,
Acompañando en su paz al morador,
Tu lacia cabellera eclipsaba a mis manos.
Tu perfil se desdibujaba con la prisa de los relámpagos,
Para volver a la sombra de mi abrazo.
Pero hasta la lluvia pasaba, dejando su incolora saliva
En los cenotafios y en los árboles.
Ah, tu silueta entre las cruces
Y los nítidos suspiros de la noche fosfórica,
Tu miedo frente al pozo, como si los borrados muertos
Llegaran a beber a su garganta de limo.
Fuera, una danza de luciérnagas sacudía el prado,
Y tus labios sonreían un adiós.
Bajo las insuficientes luces de la calle
Contemplaba en perspectiva el retorno de tu ausencia.
Quedaban en mí – arrancados el aire, la noche –
Sólo la estatua viviente, el mendigo de tus horas.
Eras la felicidad. Yo,
El egoísta.