Pero nosotros hablamos de verdad, persuadidos por la
Distancia entre el ruego y la unción de aquellos desterrados
Falsificando vocablos en los bordes de una piel de culebras.
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Me ofrecías el cáliz como un sudario del vértigos hasta
Donde no pueden mis cenizas. Noche absintia, nunca acoraza el hambre
Aleteando en tus baldíos.
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El devorante se llenaba de escamas, ¿era un fulgor, una
Garra de cuervo, una muñeca dormida con huesos de colibrí, o apenas
Una marea de hongos sobre la dispersión de la carne, aquéllo que me
Restituía al aliento de muerte del principio?
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Entrañas de misericordia has de pagar al silencio más
Blanco, aunque no escuchen tu plegaria. Las pupilas sobrehumanas me
Aduermen en esta espuma entrabierta.
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Acércame a esa cabeza de desechos, estállame en la
Lascivia, hospédame en la casa que huye hacia el desierto. ¿Y miras y
Das las gracias por los siglos de los siglos? ¿Y qué viniste a hacer
Con tu fiebre en el relámpago?
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Te cercarán los mastines de la escarcha. Por un tiempo
Obstinado de congojas, no abrirás la puerta del que llora en las
Calientes cenizas de su vejez.
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Porque lo lúgubre es lánguido y retrocede en las
Salpicaduras de de esta tumba. ¿Qué perdida majestad imprimes a la
Ceremonia, así cuando caes y caes entre las nervaduras indecisas de
Una hoja de aromo? La espuma labra un camino de hierro.
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Risas que elegiste, crujientes, como si traspasaran el
Escalofrío del instante en que ninguna anunciación ya te es posible,
Como si traspasaran el calco de tu agonía en la agonía de tu especie.
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Escarbar conmigo la gasa perversa que confunde los
Sellos. ¡Esperar el sacrificio con el bienaventurado xilofón de los
Mártires!
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Nunca volviste los ojos a su umbral. Se te permite
Sólo imaginarlo en incontables versiones rotas, musical y encarnado en
Su red de telarañas.