No hay cosa oculta en los cielos y en
la tierra que no esté inscrita en el libro
de la evidencia.
Corán, Sura XXVII, 77
A Daniel Rodríguez Moya
Abismos sin vigías que el mar me devuelve.
Es la cara desierta del ahogo.
¿Por qué no abrirme hasta el sueño,
Antiguo en mitades herido
Y en mitades recobrado?
En estos pobres reflejos
Sube la amargura como un talismán
Que otros han perdido para siempre.
Acaso la agonía tampoco nos salve
De las sombras y el diluvio.
Estas calles me arrastran,
Descalza brisa para el sacrificio.
Estas calles te engendran y me usurpan.
Los rituales son memorias sin flores.
Blandamente,
¿hay un jardín debajo de la infamia?
¿Pero qué fuego nombrarás
Debajo de estas piedras?
¿Y qué río de arañas
Lamen con pena esta cueva insensata?
Bebo sangre de mis encías
De trébol labrado por la desaparición.
Sumerjo el rayo de tu historia
Con el castigo de otra voz
En la voz de los muertos.
Despiadada esta ley, este hervidero
De amor en la intemperie.
Entonces roen mi señal de nacimiento,
Alumbran las tijeras del luto más alto
Cuando te deshabitas.
Golpearás contra los trozos que te quedan,
Contra las ranuras de obediencia,
Contra las leves sustancias
De tu cuerpo en el plato feroz.
¡Incrustarás el latido!
Las jaurías se unen
Pero vuelves aquí, mutilado,
Llorando mi tristeza
En un rincón de Granada.