Poeta 1
Hay una larga sequedad en la Esperanza.
Hay sombras de mármol en la conciencia.
Hay vanos ángeles en los sueños.
Hay tumbas en el orgasmo de los árboles:
Savia sacra de la materia entre losas.
Hay una luz que no duerme:
Carneros de una dulce ingenuidad.
Hay en las lágrimas un hilo apretado
De vagas noches sin raíces.
Hay frases de una densa impaciencia:
Mojado corazón de los labios.
Hay inmortalidad en las palabras
Del gusano que roe lentamente la carne.
Hay ocaso en el secreto alado de los nombres,
En la psique que sueña, en el delirio del alma.
Hay mordeduras en el silencio
Como libros gastados que cierran su ciclo.
Hay polvo picoteando los párpados;
Pero no polvo enamorado
Como dijera don Francisco de Quevedo,
Sino polvo deshaciendo la vida en vacíos inefables.
Poeta 2
La muerte es mágica:
Desangra los tiempos o los coagula.
Se habla de la vida que retorna desde los muertos,
Del alma, del espíritu y lo eterno.
De pronto me doy cuenta que la muerte es espectral:
En ella transitan paisajes alados
Como un río de pájaros entre las sombras
Que van soñando caminos
En las escaleras de las nubes.
Poeta 1
No muere sólo la carne que mantiene
Las estaciones de la vida,
Sino el hálito infinito de fe y Esperanza.
Por desgracia, hablo de una y otra muerte:
La que me envolverá un día con el musgo;
La otra, la que deshace el interior del alma.
Es un eco abriendo la memoria:
Vitral de bolsillos vacíos
O noche infinita de sollozos.
Hay cosas efímeras como la hoguera;
Se reza y los labios sangran ungidos de saetas.
Ya lo dijo Rubén: “Agobiada conciencia
Mata el ideal de pronto”.
¡Ah, “yo soy un esqueleto misterioso y escueto;
Guardián de mis abismos y mis sombras”!
Poeta 2
Se viene de un mar de símbolos viscerales.
Esa es la primera batalla que se libra;
Luego se inventan las parábolas y los sueños.
El milenario resplandor del orgasmo,
Los audífonos ancestrales de la cópula,
Los desnudos pétalos de la luz,
La bitácora sutil de las emociones:
El amor con sus eternos ausoles.
Después el pulso calla sus líquenes;
El ideal – aquél ideal enhiesto – tórnase bruma
Y muere ante la prominente realidad
Que nos impone el mármol de las soledades.
Poeta 1
Bebo el humo de la noche
En el ciego invierno donde navegan mis sueños.
De madera ha sido hecha mi vestidura final
Y de oscuros infinitos mi futuro.
Hay cosas que quedan en el horizonte:
El río de la memoria
Que hace de las aguas
Una cárcel de apretados fantasmas.
Poeta 2
¡La vida, erosión de los vientos!
De todos los vientos que empujan a un barranco sin latidos.
De todos los sueños sin verdor ni raíces.
De toda la muerte convertida en tierra.
De toda la fe hecha herrumbre.
¡Ah, humano espejo de martirios!
Poeta 1
Resistiendo a la oscuridad que desciende
He sentido el llamado.
Dichosa tú, muerte, siempre lúcida;
Resplandeciente lluvia que quiebra en brevedad
La espiga temprana o adusta.
Tú, eterna y honda y diligente.
Siempre encarnada en los recintos de la carne.
Siempre en los carámbanos de la luz.
Siempre como arpón en la mesa de las ilusiones.
Siempre sombra súbita en la arenilla del amanecer.
Siempre sueño final sin la urgencia del reloj.
Siempre una piedra en la doctrina subterránea de la tierra.
Siempre eterna y honda. Siempre súbita e insólita.
Siempre desnuda y tenaz. Siempre gaviota o lágrima.
Siempre todas y la misma.
Siempre todas y la misma.
Siempre… y sin embargo, andando en la gracia de la vida.
Poeta 2
De qué vale matar los infortunios,
Si ellos por sí mismos son cadáveres:
Bestias del más grande dolor,
Llanto del vacío en la antorcha de la angustia.
La pudrición de las entrañas es genésica:
Un navío lentísimo como la noche.
Se nace, y ya, muerte, proclamas la victoria final.
Minuto a minuto la vida combustiona.
El cuerpo gime en el abanico de sus ríos
E incesante arde en los silbidos del fuego.
Así se va corroyendo el alma.
Así se va sollozante el pájaro de la vida
Por esos enlutados violines de los calendarios.
Sobre los cabellos del viento – lucero galopante –
Va la vida, ternura deshecha en cenizas.