Sacando el vivo retrato
De Dios Padre omnipotente,
El injusto presidente
A vista del pueblo ingrato;
Disimulado en el traje,
Y el traje desfigurado,
Por haberse disfrazado
Con mi ignominia y ultraje,
Salió a la usanza de rey;
Pero era nuevo el reinado,
Porque en sus hombros cargado
Sacó su imperio y su ley.
Y al punto que le miró
Aquella gente, sedienta
De su sangre, como exenta
Ramera, le blasfemó.
-“De delante nos lo quita,
-dijo-, y en una cruz muera”,
La más que pésima fiera,
Con intolerable grita.
El juez inicuo, temiendo
Tan manifiesta injusticia
Y de ellos la gran malicia,
Los acallaba, diciendo:
-“Atentamente mirad
En este hombre que os muestro;
Atended a que es rey vuestro
Y que le debéis lealtad;
Acábese de ablandar
Pecho tan desapiadado:
¿a vuestro rey consagrado
Tengo de crucificar?
Ese envidioso furor
El ánimo os ha cegado
Para que así hayáis negado
A vuestro propio Señor”.
La causa de le sacar
Así, fue porque creyó
Que, como él se lastimó,
Los pudiera lastimar
Ver a Dios en tal estado,
Y, con la fuerza de amor
Más herido en lo interior,
Que no en lo exterior llagado.
Y aunque era luz penetrante,
No los aclaró este cielo,
Porque echaron otro velo
Al corazón de diamante.
Y cual abrasada fragua
Que a toda furia se ardía,
Cuanto el pueblo más pedía
Su muerte, más la aceptaba.
Que era de amor mar profundo,
Y con él se había juntado
El que faltaba al helado
Pecho, del aleve mundo.
-Salid, hijas de Sión,
La suprema y levantada;
Y no a ver la limitada
Gloria del rey Salomón,
Sino a la que lo es del Padre,
De grandeza incomprensible,
Con la corona insufrible
Que le coronó su madre
El solemnísimo día
En el cual se desposó
Con su Amada, y le estimó
Por el de más alegría.
Que por guirnalda de rosas
Puso en sus sienes divinas
Una corona de espinas,
Crueles y lastimosas.
Madrastra fue al descubierto,
Pues que, desde que nació
No paró hasta que le vio
Fuera de los reales muerto.