A Pedro Cano
(Inspirado en una exposición del mismo título).
La noche y sus jirones,
sus espejos cortados.
Acampamos fuera de la ciudad amurallada,
buscamos en las sombras sus puentes levadizos.
Aunque, quizás, después de todo,
no queramos entrar
y demoramos nuestros pasos en los bordes,
rodeamos sus escombros
de vida en duermevela.
Desde las afueras contemplamos sus ídolos recortables,
sus caballos de Troya,
y dobles alambradas,
tendidas a la altura de los ojos.
Contemplamos
cómo ceden su tiempo a la ceniza,
cómo se vierte su edad en la maleza.
Esquivamos las zarzas
con nuestros pies descalzos,
náufragos en la perplejidad
oscura de este instante,
Robinsones de una orilla sin tregua.
A veces nos refugiamos un momento
en la guarida del lenguaje,
apenas para respirar
la bocanada de la luz en su vórtice.
No sabemos cruzar después de todo
la puerta sin dintel,
su laberinto de sangre.
Ni habitaremos
un zigurat en Babilonia
antes de que amanezca.