Tu brazo en el pesar me precipita,
Me robas cuanto el alma me recrea,
Y casi nada tengo: flor que orea
Tu aliento de simún, se me marchita.
Pero crece mi fe junto a mi cuita,
Y digo como el Justo de Idumea:
Así lo quiere Dios, ¡bendito sea!
El Señor me lo da, Él me lo quita.
Que medre tu furor, nada me importa:
Puedo todo en AQUEL que me conforta,
Y me resigno al duelo que me mata;
Porque, roja visión en noche oscura,
Cristo va por mi vía de amargura
Agitando su túnica escarlata.
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