A la riqueza
¡Ô mal seguro bien, ô cuidadosa
riqueza, i cómo a sombra de alegría
i de sossiego engañas!
El que vela en tu alcance i se desvía
del pobre estado i la quietud dichosa,
ocio i seguridad pretende en vano:
pues tras el luengo errar d’agua i montañas,
cuando el metal precioso coja a mano,
no a de ver sin cuidado abrir el día.
No sin causa los dioses te ascondieron
en las entrañas de la tierra dura;
mas ¿qué halló difícil o encubierto
la sedienta codicia?
Turbó la paz segura
con que en la antigua selva florecieron
el abeto i el pino,
i tráxolos al puerto,
i por campos de mar les dio camino.
Abriósse el mar i abriósse
altamente la tierra,
i saliste del centro al aire claro,
hija del’avaricia,
a hazer a los ombres cruda guerra.
Saliste tú i perdiósse
la piedad, que no habita en pecho avaro.
Tantos daños, riqueza,
an venido contigo a los mortales,
que aun cuando nos pagamos a la muerte,
no cessan nuestros males:
pues el cadáver que acompaña el oro,
o el costoso vestido,
sólo por opulento es perseguido;
i el último descanso i el reposo
que tuviera en pobreza, l’es negado,
siendo de su sepulcro conmovido.
¡A cuántos armó el oro de crüeza,
i a cuántos a dexado
en el último trance, ô dura suerte!
Pierde su flor la virginal pureza
por ti, i vesse manchado
con adulterio el lecho, no esperado.
Al menos animoso,
para que te possea,
das, riqueza, ardimiento licencioso.
Ninguno hay que se vea
por ti tan abastado i poderoso
que caresca de miedo.
¿Qué cosa habrá de males tan cercada?,
pues ora pretendida, ora alcançada,
i aun estando en desseos,
pena ocultan tus ciegos devaneos.
Pero cánsome en vano; dezir puedo
que si sombras de bien en ti se vieran,
los immortales dioses te tuvieran.