¡Te vas, mi dulce amigo,
La luz huyendo al día!
¡Te vas, y no conmigo!
¡Y de la tumba fría
En el estrecho límite,
Mudo tu cuerpo está!
Y a mí, que débil siento
El peso de los años,
Y al cielo me lamento
De ingratitud y engaños;
Para llorarte, mísero
Largo vivir me da.
O fuéramos unidos
Al seno delicioso,
Que en sus bosques floridos
Guarda eterno reposo,
A aquellas almas ínclitas,
Del mundo admiración:
O a mí sólo llevara
La muerte presurosa,
Y tu virtud gozara
Modesta, ruborosa,
Y tan ilustres méritos
Ufana tu nación.
Al estudio ofreciste
Los años fugitivos;
Y joven conociste
Cuanto le son nocivos
Al generoso espíritu
El ocio y el placer.
Veloz en la carrera,
Al templo te adelantas
Donde Temis severa
Dicta sus leyes santas;
Y en ellas digno intérprete
Llegaste a florecer.
Ciñéronte corona
De lauros inmortales
Las nueve de Helicona:
Sus diáfanos cristales
Te dieron, y benévolas
Su lira de marfil.
Con ella, renovando
La voz de Anacreonte,
Eco amoroso y blando
Sonó de Pindo el monte
Y te cedió Teócrito
La cala pastoril.
Febo te dio la ciencia
De idiomas diferentes.
El ritmo y afluencia
Que usaron elocuentes,
Arabia, Roma y Ática,
Supiste declarar.
Y el cántico festivo,
Que en bélica armonía
El pueblo fugitivo
Al numen dirigía:
Cuando al feroz ejército
Hundió en su centro el mar.
La historia, alzando el velo
Que lo pasado oculta,
Entregó a tu desvelo
Bronces que el arte abulta,
Y códices y mármoles
Amiga te mostró.
Y allí, de las que han sido
Ciudades poderosas,
De cuantas dio al olvido
Acciones generosas
La edad que vuela rápida,
Memorias te dictó.
Desde que el cielo airado
Llevó a Jerez su saña,
Y al suelo derribado
Cayó el poder de España;
Subiendo al trono gótico
La prole de Ismael:
Hasta que rotas fueron
Las últimas cadenas,
Y tremoladas vieron
De Alhambra en las almenas
Los ya vencidos árabes,
Las cruces de Isabel.
A ti fue concedido
Eternizar la gloria
De los que ha distinguido
La paz o la victoria,
En dilatadas épocas
Que el mundo vio pasar.
Y a ti, de dos naciones
Ilustres enemigas,
Referir los blasones,
Hazañas y fatigas,
Y de candor histórico
Dignos ejemplos dar.
Europa, que anhelaba
De tu saber el fruto,
Y ofrecerle esperaba
En aplausos tributo;
La nueva de tu pérdida
Debe primero oír.
La parca inexorable
Te arrebató a la tumba.
En eco lamentable
La bóveda retumba,
Y allá en su centro lóbrego
Sonó ronco gemir.
¡Ay!, perdona, ofendido
Espíritu, perdona.
Si en la región de olvido
Ciñes áurea corona,
Y tus virtudes sólidas
Tienen ya galardón:
No de una madre ingrata
El duro ceño acuerdes;
Que nunca se dilata
La existencia que pierdes,
Sin que la turben pérfidas
Envidia y ambición.