Fabio, habiendo leído este cuidado,
de v[uestra] pluma en rasgo tan hermoso,
sin tocar las soberbias de invidioso
os ofrecí atenciones de admirado.
Y viéndole en las voces afeado,
en la lec[c]ión divina prodigioso,
en el estilo grave y sentencioso,
incautamente dije apasionado:
“Sin la púrpura, Fabio, quién oprime
sus méritos, si duerme la memoria
de la primera causa en tal violencia”.
Mas volviendo a leerle corregíme,
callé, aprendí, cantando en una gloria
triunfos a la divina Providencia.