Tengo extendido
en el alma
todo un cielo de inquietudes,
donde el sol de la esperanza
sus claros rayos no luce,
porque mis negros pesares
le visten de negras nubes,
y ya no le dan tus ojos,
reflejos para sus tules;
porque mi patria está lejos,
y en ella tu brillo encubres;
porque tu ausencia me mata,
sin que el recuerdo me cure;
pues con ansia de llevarla
donde tu fuego la alumbre,
te mando el alma, y con ella
también mis recuerdos huyen;
y en el hueco de mi pecho
sólo el corazón produce
un seco y débil latido,
que cuando nace sucumbe.
¡Si vieras, hermosa mía
el dolor que mi alma sufre,
las lágrimas que derrama,
las penas que la consumen,
cuando sobre mí la noche
su triste fulgor difunde,
y abre sus ojos de estrellas
que palpitando relucen,
y oigo la voz de los vientos
que sorda y lejana ruge,
y nubarrones oscuros
sobre mi frente se hunden!
Entonces, en ti pensando,
del fondo del alma surge
un apagado suspiro,
que entre tormentos acude
a dar al labio una tumba
donde sus ayes sepulte;
que entre cadenas de lágrimas
atado en el pecho cruje,
hasta que roto en pedazos
de llanto, a los ojos sube,
y deja escapar doliente,
en sones gimiendo lúgubres
por los labios de los párpados,
la voz de la pesadumbre.
Escucha, hermosa doncella,
que siempre presente tuve
en estas horas amargas,
que no ha mucho fueron dulces,
vaga imagen de mis sueños,
inspiración de mi numen,
la que por doncella encanta,
y por hermosa presume.
Si no he de ver el tesoro
que de bellezas reúnes,
y del beso de tu boca
no he de aspirar el perfume;
si de tus brillantes ojos
no he de contemplar las luces,
ojos tan provocadores,
que cuando a mirarte acudes
en los cristales del agua,
te enciende en rubor su lumbre;
si no he de subir al cielo
en brazos de tus virtudes,
que nunca torne a mi patria,
ni sus campiñas salude,
ni mire flotar la espuma
de los mares andaluces,
ni vuelvan a ver mis ojos
aquellas alzadas cumbres,
escarpadas y soberbias,
de sus montañas azules,
que el aire va coronando
con sus turbantes de nubes.
No esperes que en la esperanza
consuelo a mis penas busque,
ni que a mi furia me entregue,
ni que airado al cielo culpe;
que es la muerte mi destino,
y ya el destino se cumple.
Tengo extendido en el alma
todo un cielo de inquietudes:
tú eres el sol de mi cielo;
y pues de luto te cubres,
mañana cuando la aurora
de sombra al mundo desnude,
diré a la aurora llorando,
en queja sentida y fúnebre:
“Detén tus rayos, con ellos
no mis ilusiones turbes;
que en el mundo empieza el día,
pero en mi vida concluye.”