Con la sonora trompa
De caliope divina,
Cantaba yo de Aquiles
Las bélicas conquistas:
El furor de los griegos,
Las fúnebres cenizas
Del Ilion, y la suerte
De Andrómaca afligida.
Tan hórridos acentos
Los ecos repetían,
Cuando un pasmo amoroso
Dejó mi sangre tibia;
Poco a poco el aliento
De mí se despedía,
Negándose la trompa
Al soplo que la anima.
Perdí en fin los compases,
Creció más mi fatiga;
Hasta que vino Erato
Cediéndome su lira:
“Canta, me dijo, toca
En ésta, que yo misma
Te animaré si cantas
La dulce Carmelina:
No cantes de Belona,
Ni de Marte las iras;
Canta, sí, las de Venus
Y de tu amor reliquias”.
Yo tomé el instrumento,
Y a tiempo que la ninfa
Me dictaba los sones
En las cuerdas divinas.
Entonces se aparece
La tierna Carmelina,
Circundada de amores,
De gracias y de risas.
Y al verla, de las manos
Se desprendió mi lira,
Quedándose suspensa,
Erato, y yo sin vida.