Voz de dolor

Voz de dolor, y canto de gemido,
Y espíritu de miedo, embuelto en ira,
Hagan principio acerbo a la memoria
D’ aquel día fatal, aborrecido,
Que Lusitania mísera suspira,
Desnuda de valor, falta de gloria;
Y la llorosa istoria
Asombre con orror funesto y triste
Dend’ el Áfrico Atlante y seno ardiente,
Hasta do el mar d’ otro color se viste;
Y do el límite roxo d’ Oriënte,
Y todas sus vencidas gentes fieras,
Vên tremolar de Cristo las vanderas.

Ay de los que pasaron, confiados
En sus cavallos y en la muchedumbre
De sus carros, en ti Libia desierta;
Y, en su vigor y fuerças engañados,
No alçaron su esperança a aquella cumbre
D’ eterna luz; mas con sobervia cierta
Se ofrecieron la incierta
Vitoria, y sin bolver a Dios sus ojos,
Con ierto cuello y coraçón ufano
Sólo atendieron siempre a los despojos;
Y el santo d’ Israel abrió su mano,
Y los dexó; y cayó en despeñadero
El carro, y el cavallo y cavallero.

Vino el día cruel, el día lleno
D’ indinación, d’ ira y furor, que puso
En soledad y en un profundo llanto
De gente, y de plazer el reino ageno.
El cielo no alumbró, quedó confuso
El nuevo Sol, presago de mal tanto;
Y con terrible espanto,
El Señor visitó sobre sus males,
Para umillar los fuertes arrogantes;
Y levantó los bárbaros no iguales,
Que con osados pechos y constantes,
No busquen oro; mas con crudo hierro
Venguen la ofensa y cometido ierro.

Los impios y robustos, indinados,
Las ardientes espadas desnudaron
Sobre la claridad y hermosura
De tu gloria y valor; y no cansados
En tu muerte, tu onor todo afearon,
Mesquina Lusitania sin ventura;
Y con frente segura
Rompieron sin temor, con fiero estrago
Tus armadas escuadras y braveza.
L’ arena se tornó sangriento lago,
La llanura con muertos aspereza;
Cayó en unos vigor, cayó denuedo,
Mas en otros desmayo y torpe miedo.

¿Son éstos por ventura, los famosos,
Los fuertes y belígeros varones,
Que conturbaron con furor la tierra,
Que sacudieron reinos poderosos,
Que domaron las órridas naciones,
Que pusieron desierto en cruda guerra
Cuanto enfrena y encierra
El mar Indo, y feroces destruyeron
Grandes ciudades? ¿Do la valentía?
¿Cómo así s’ acabaron y perdieron
Tanto eroico valor en solo un día;
Y lexos de su patria derribados,
No fueron justamente sepultados?

Tales fueron aquestos, cual hermoso
Cedro del alto Líbano, vestido
De ramos, hojas, con ecelsa alteza;
Las aguas lo criaron poderoso,
Sobre empinados árboles subido,
Y se multiplicaron en grandeza
Sus ramos con belleza;
Y, estendiendo su sombra, s’ anidaron
Las aves que sustenta el grande cielo;
Y en sus hojas las fieras engendraron,
Y hizo a mucha gente umbroso velo,
No igualó en celsitud y hermosura
Jamás árbol alguno a su figura.

Pero elevóse con su verde cima,
Y sublimó la presunción su pecho,
Desvanecido todo y confiado;
Haziendo de su alteza sólo estima.
Por eso Dios lo derribó deshecho,
A los impios y agenos entregado,
Por la raíz cortado;
Qu’ opreso de los montes arrojados,
Sin ramos y sin hojas, y desnudo,
Huyeron dél los ombres espantados;
Que su sombra tuvieron por escudo;
En su ruina y ramos, cuantas fueron,
Las aves y las fieras se pusieron.

Tú, infanda Libia, en cuya seca arena
Murió el vencido reino Lusitano,
Y s’ acabó su generosa gloria;
No estés alegre y d’ ufanía llena;
Porque tu temerosa y flaca mano
Uvo sin esperança, tal vitoria,
Indina de memoria;
Que si el justo dolor mueve a vengança
Alguna vez el Español corage,
Despedaçada con aguda lança,
Compensarás muriendo el hecho ultrage;
Y Luco amedrentado, al mar inmenso
Pagará d’ Africana sangre el censo.


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Poema Voz de dolor - Fernando de Herrera