Nosotros vinimos por el aire
Nosotros vinimos por el mar
Nosotros llegamos amarrados a la cámara de un auto
Nosotros llegamos sujetos a la rueda de un avión
Nosotros salimos conjurando tiburones y gardacostas
Nosotros salimos taladrando un túnel en el aire
Nosotros salimos agarrados a la cola de un cometa
Nosotros llegamos a nado, vomitando la bilis,
soltando el bofe,
los huesos al sol, deshidratados,
descarnado el corazón.
Sí, sin duda somos los más dichosos
– los afortunados.
Los demás yacen sin tiempo bajo el mar
o condenan nuestra fuga
mientras secreta y desesperadamente desean partir.
(Nueva York, 1985)
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