A Karen Lisseth Aparicio Arévalo
Conozco una muchacha que ha dejado de ser muchacha y es una gran tristeza
Dentro de una muchacha de inmensos ojos claros que me recordaban y aún me recuerdan
Los ojos de una vieja muñeca que conocí alguna vez y sus grandes pestañas
Parecen abanicos de seda y su boca parece una fuente de donde viene el alba
Y por eso lamento tanto haber escuchado esa flauta terrible creciendo hacia dentro de ella
Como el río que viene de las montañas nevadas y se adentra en la cueva hasta volverse
Una serpiente oscura, subterránea, que transita horadando todo a su paso,
Carcomiendo y fundando en la piedra monumentos que solo pueden mostrar el deterioro.
¿Me pregunto hace cuánto no se detendrá, ella, la misma, sola bajo el crepúsculo
Y mirará las estrellas tempranas sobre los cerros colmados por una luz tardía
Y luego, bajando la vista, entre los arbustos, sorprenderá lo que solo al ocaso se sorprende:
Las hadas que alguna vez – esto no lo recuerda – la hicieron volar de una mesa a una cama
De una cama a un sillón y de un sillón a la cama otra vez en un vuelo
Que era, lo sé, el mismo que el del diente de león en las briznas ya cálidas de marzo
Y que a medida que se aleja va cayéndose y dejando una magia amarilla donde quiera que pasa,
Y lamento tanto, al recordar estas cosas, todos estos motivos más hermosos que una marea
Atrapada en la pupila asombrada de una anciana que ve por primera vez el mar,
Que esa muchacha ya no sea la muchacha dulce que solía conocer
Sino una tristeza dentro del cuerpo de una muchacha que, alguna vez, no hace mucho,
Me ha tomado una mano y me ha llevado, a través de la niebla,
Hasta salir a un sitio de colinas donde pude otra vez asir el aire con unas manos tibias
Y donde pude, además, ver el color marrón de las piedras y el verde fresquísimo del pasto
Y ahora, por todo eso, me apena tanto ver en su pequeña alma, igual que en un pequeño estanque,
Esas estrellas muertas que nadie ha de mirar,
Y ella misma es una mínima estrella para la cual no hay ojos,
Salvo mis propios ojos amarillos que ella vio y no recuerda o cree no recordar
Y se esconde, tras murallas altísimas erigidas con hierro y miedo y fango, y huye de mí,
Se esconde como el barco fantasma se esconde de los ojos curiosos tras la niebla marina.
Pero un alba nunca es en vano como no puede ser en vano un relámpago ni esa música
Que de su aliento cae como fruta invisible que comí y aún como
Y por eso puedo decir que conozco a una muchacha que ha dejado de ser una muchacha
Y es una gran tristeza pero que esa tristeza no es más grande que el mundo
Y que yo he visto el mundo en su pupila como una perla azul y sumergida
En una gota cínica de llanto que secaré en mi dedo cuando halla que secarla…
¿Cuándo será el instante más propicio de todos para secar el llanto de una dulce muchacha?