¡Ni un verdecido alcor, ni una pradera!
Tan sólo miro, de mi vista enfrente,
La llanura sin fin, seca y ardiente
Donde jamás reinó la primavera.
Rueda el río monótono en la austera
Cuenca, sin un cantil ni una rompiente
Y, al ras del horizonte, el sol poniente,
Cual la boca de un horno, reverbera.
Y en esta gama gris que no abrillanta
Ningún color; aqui, do el aire azota
Con ígneo soplo la reseca planta,
Sólo, al romper su cárcel, la bellota
En el pajizo algodonal levanta
De su cándido airón la blanca nota.
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