Tú:
A veces me transportas de nuevo hasta la infancia
Del pupitre y la escuela, de lluvia en los cristales
Y del coro solemne de los niños leyendo
En voz alta la Biblia. Por tu culpa rechina
La herrumbrada memoria de este cristiano viejo
Que enmoheció a falta de lubricarla el uso.
Tú:
Emulas las trompetas de Gedeón, con esa
Fuerza recóndita con la que cada día
Derribas las murallas que el mundo alza a tu paso
Esgrimiendo el ariete, demoledor y cálido
De esa palabra tuya nacida de un coraje
Que hace de cada sílaba su mejor catapulta.
Tú:
Como Moisés hiciera, partiendo en dos la mar,
Separas a ambos lados del camino las ruinas
De esas murallas torvas que antes desmoronaste,
Extendiendo el cayado de tu voluntad.
Luego,
Ya con el paso franco, reanudas la marcha
Para alcanzar cuanto antes la tierra prometida.
Tú:
Sabes hacer del monte llanura en un instante.
Multiplicas a diario tus panes y tus peces
Para saciar el hambre de los que van contigo.
Resucitas a Lázaro cada vez que consigues
Que un alma se despierte y sabes como nadie
Andar sobre las aguas del lago de las lágrimas.