Señor, Señor, Tú antes, Tú después, Tú en la inmensa
Hondura del vacío y en la hondura interior:
Tú en la aurora que canta y en la noche que piensa;
Tú en la flor de los cardos y en los cardos sin flor.
Tú en el cenit a un tiempo y en el nadir; Tú en todas
Las transfiguraciones y en todo el padecer;
Tú en la capilla fúnebre y en la noche de bodas;
Tú en el beso primero y en el beso postrer.
Tú en los ojos azules y en los ojos obscuros;
Tú en la frivolidad quinceañera, y también
En las graves ternezas de los años maduros;
Tú en la más negra sima, Tú en el más alto edén.
Si la ciencia engreída no te ve, yo te veo;
Si sus labios te niegan, yo te proclamaré.
Por cada hombre que duda, mi alma grita: “Yo creo”.
¡Y con cada fe muerta, se agiganta mi fe!
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