…Y si un día mi mar amaneciera
con una nueva isla en su regazo,
una isla nacida
del oculto lugar donde los dioses
reposan su pretérito esplendor,
la quietud implacable de su olvido…
Y si fuera una isla nacida en alborozo,
de benigno perfil y tierno territorio,
de playas como lámparas votivas,
titánicos volcanes,
valles ensimismados,
anchos lagos sin fondo,
y en sus selvas atónitas crecieras
el rojo flamboyán, el jacaranda azul,
la umbría de las ceibas, la lujuria
sutil de las orquídeas,
y se oyera un murmullo polícromo de pájaros
arropando en sus vuelos
el libérrimo canto del quetzal…
Y si esa extraña isla decidiera
conocer tierras nuevas, rumbos nuevos,
nuevas constelaciones,
y levando sus anclas de obsidiana,
entre un fragor de nieblas y maizales
por tenebrosos mares
proa pusiera hacia mundos remotos,
hacia horizontes hondos como dudas,
inciertos como augurios,
amplios como el azar…
Y en una latitud inesperada
unos brazos de atlante
enamoradamente la acogieran,
y pacíficas aguas lo bañaran
ofreciéndola al sol y a la benevolencia
de otros dioses ignotos y lejanos,
y allí quedara para siempre, y fuera
poblada de hombres puros,
gentes de pies oscura, voz humilde,
negros ojos, limpio y alto mirar,
y con los siglos le nacieran pueblos
de nombres como gemas brilladoras
en los que eterna la esperanza ardiera:
Antigua, Sololá, Quetzaltenango,
Santa Cruz del Quicé…
Y preso en sus orillas, nuestro mar,
con sus islas sembradas de cenizas,
sepulcros de tritones y gorgonas,
harapientos trofeos,
viejas desolaciones,
quedara encadenado a sus leyendas,
con su nostalgia herida,
y con su ausencia a solas…