Soy el sobreviviente de mi propio naufragio
Que en inhóspitos mares consumó su bautismo.
He logrado encontrarme, salvándome a mí mismo,
De un oráculo negro, de un siniestro presagio.
Ya puedo transmutarme, cambiar mi plomo en oro.
En declarada guerra contra estériles fosas,
Soy el hombre que triunfa sobre todas las cosas
Con la fe de un gigante – mi secreto tesoro-.
Como un sello de vida llevo a Dios en la frente
Estampado en los pliegues de mi humana conciencia
En donde cada efecto delata una evidencia
De causas que proceden desde el Omnipotente.
En mis hombros se fraguan una promesa de alas,
Honda metamorfosis para un mañana claro
Donde a la luz perpetua se vivirá al amparo
De la estéril idea, de las nefastas galas.
Dios, Dios, Dios es la gota que mana de la fuente
Del alma que no aguarda victorias terrenales.
Por sobre mis baldías pasiones animales
Me intuyo en un espejo de luz resplandeciente.
Velando, hago pedazos esta inercia rotunda
Que, casi inexorable, me grava a lo finito.
¡Dios!, ¡Dios!, ¡Dios!, es la clave del indómito grito
Con que impido que, en vano, mi humanidad se hunda.
Transfigurado vivo como Cristo en el monte,
Con una zarza ardiendo sin fin dentro del pecho
Y la vida al costado y la muerte al acecho
Pero con la mirada puesta en el horizonte.
También guardo una estrella que marca el nacimiento
Glorioso en el establo de mi más pura idea.
El Dios que vivifica mi interna Galilea
Dispone de mi barca con agradecimiento.
Soy un sobreviviente de la sombra proscrita
Que aprendió del mañana viendo el mundo a trasluz
Y hoy, silente y humilde, voy cargando mi cruz
Por los predios de mi alma convertida en ermita.