Necesito entonces,
adherirme a la tierra,
prematuramente, descalza por el campo,
sentándome en los troncos quebrados y caldos,
ya casi horizontales al sitio
de sembrarme.
Me duele esa piel ruda, vegetal, mal herida,
y deslizo despacio por ella
hasta la hierba.
Mojo mis pies calientes en el polvo
cansado,
inevitablemente, me espero y me reclamo.
Desmenuzo los fríos terrones
que me aguardan, los quiebro, los deshago
con fuerza,
con lujuria, tal vez, hasta con saña;
seremos una misma sustancia,
antes lo fuimos.
Siento a veces que llego
ya a ser la anticipada molécula, y el barro
latido que respira, me impulsa y me apresura;
me entrego y me apodero del frío,
y del silencio;
ya somos una sola vital e inerte estancia.
Sucede que ahora llueve,
y el agua golpetea la cúpula del mundo,
me amparo y me descubro creyendo
estar a salvo, y estoy a salvo.
Al cabo
de siglos, me descifro:
mi suelo conmovido, presiente una angustiada
semilla
hacia un estío de nadas, germinando.