Ahora y en la hora
me queda de una vida que ya no llamo mía
el olor de una vela que acaba de apagarse,
humo sin llama ya que huele a templo
sin fieles, a rosarios, a Virgen enjaulada
rogando por nosotros, pecadores,
como un jilguero santo, disecado,
que va de casa en casa,
de mano en mano, no, de miedo en miedo,
cuando aún había padres que fumaban
durante las comidas y apagaban
el cigarro en el plato vacío, en el aceite,
para que hoy huela a entonces acordarse,
memoria monaguilla, de aquel tiempo
que ardió lo mismo que las mariposas
que mi madre y mi hermana encendían
a la Virgen delante de su jaula,
llena eres de gracia y bendita tú eras
cuando aún era antes y éramos antiguos
que todavía fieles y felices
pedíamos a Dios que perdonara
los pecados del mundo
y éramos un aliento, una plegaria,
una vela que acaba de apagarse
en mis manos en vela,
y que deja en el aire el humo y el olor
de lo que fue el rosario y el misterio
de nuestra muerte amén.