¡Qué mal has correspondido
a mi pasión amorosa,
bella homicida!
¡Y qué mal tienes pagado
mi cariño, mi ternura,
mi fe sencilla!
Después de tantas promesas,
después de tantos halagos
como me hacías;
me bridas, ora, la copa,
que antes de placeres era,
llena de acíbar.
Jamás, en aquel entonces,
presumí que cobijase
furiosa víbora
que, en pago de mis servicios,
en el pecho me infiriera
mortal herida.
Celos, desaires y enojos,
son los dones que tu mano,
cruel, me prodiga,
después de que, en otro tiempo,
tantas veces me juraste
ser siempre mía.
Pero el Dios a quien ofendes,
y cuyos fueros quebrantas
con injusticia,
me vengará, no lo dudes,
del despotismo y soberbia
de tu alma altiva.
Amarás a quien no te ame;
querrás a quien te aborrezca,
en algún día;
y entonces, ¡ay!, sufrirás
cuanto hoy me haces padecer
con ignominia.