Negra Pulula, qué bien
que planchas la ropa ajena.
¡Cuándo plancharás tu cara:
mapa de penas!
Pulula, poca Pulula,
tú la carga y tú la mula.
Con tu amuleto ensalmado
y siempre se ve que es hueso;
tiene vida y está tieso,
no te quiere ver de frente,
no te quiere ver a ti:
está viendo todavía
de perfil.
Pero, Pulula,
¿qué esperas,
que también al San Benito
no le quitas la sordera?
Que Bocó sobó tu hueso,
que tampoco tiene olfato:
no huele aún que el sudor
te lo compran tan barato…!
¡Ni siquiera por antojo
ha querido ver por qué
le lavas hasta los pies
con el agua de tus ojos!
Pulula, también, Pulula:
se ve que es de piedra el dios,
cuando pides por los dos…
¡Tú la carga y tú la mula!
Si con tan blanco amuleto
tan oscura suerte cargas,
un hueso negro, tal vez,
te daría suerte blanca.
De rodillas lo que piensa,
lo que siente, arrodillado;
tus dos zapatos con hoyos,
y tu catre, derrengado.
Dile a tu santo de pino
que se pase un día entero
en tu rancho de agujeros;
porque en un santo de palo
puede haber un carpintero.
Pulula, poca Pulula,
tú la carga y tú la mula.
Mata la vergüenza y pídele
a tu hueso taumaturgo
que no se duerma en tu casa,
que venga con herramientas;
martillo, clavos y tabla;
que venga a arreglar tu catre;
¡que no te remiende el alma!
Pulula, poca Pulula,
¡tú la carga y tú la mula!
Dile al santo
que se ponga pantalones…
que venga a clavar el canto:
idioma de la tachuela.
Que venga a ver que hasta en misa
la cana de una sonrisa
te hace abuela…
Después, Pulula, después,
besa tu hueso sagrado…
Pero también,
ten cuidado,
ten cuidado
que Dios no dura en la piel…
Pulula, pero, Pulula,
hoy a las seis,
¿quién viene a planchar tu cara?
¿Quién?
Hay sólo una planchadora
que, como tú, plancha bien.
¡Qué almidonada, qué dura
que está tu cara esta vez!
Con plancha blanca de hueso,
de la cabeza a los pies,
la muerte, – tu planchadora –
¡cómo ha planchado tu piel!