Espérame, Señor, que ya no quiero
Quedarme rezagado como antaño.
Yo puedo cargar cestas, traer peces,
Marchar cuando lo estimes necesario…
Puedo limpiar el fondo de la barca,
Remendarte las redes mientras canto
O guardar tu calzado al pie del monte
Cuando subes a orar en solitario.
Puedo llenar con agua fresca y pura,
Hasta el borde, la hilera de los cántaros
Que al dulce mandamiento de tu voz
Llenarán de buen vino cada vaso.
Puedo llevar mensajes a los otros
Que no saben que en un humilde establo
Nació la Luz y aún andan en penumbras.
¡Yo quiero ser, mi Dios, tu humilde faro!
Pero espérame. No camino aprisa,
Me desoriento a veces, otras caigo
Por no mirar al frente como debo…
Y me distraigo, es cierto, ante el sagrario.
Pero sé, sé que puedo con tu gracia
Librarme del congénito letargo
Que me me lastra los pies y que me deja
Al fin de cada tarde, rezagado.
Puedo llegar hasta el brocal del pozo
Y darte de beber; salir al campo
A buscarte higos frescos, y en los pueblos
Traerte a los enfermos desahuciados.
Espérame, Jesús. Y si no sirvo
Más que para remiendo de tus paños…
¡déjame ser un hilo, sólo un hilo
Del último doblez de tu sudario!