Rendido el postrer godo a la primera
Y última hermosura que en el suelo
Vio el sol, del Tajo estaba en la ribera,
Moviendo embidia al cielo,
De su adorada fiera.
La real corona y cetro el ciego amante
Derribaba (¿y qué no?) a los pies de aquélla.
Huéllalo todo altiva, y con semblante
Fiero otra vez lo huella;
Y él, ay, pasó adelante:
¡oh maldulce deleytel Puso luego
Calma enojosa en su corriente el río
Para advertir, aunque ofendido, al ciego
Rey, en su desvarlo,
Deel hyerro assí y deel fuego
Que le amenaza: “En punto desdichado
Ofendiste a esa ‘ermosa, oh godo injusto,
Que vengará con tanto y tal soldado
África, de tu gusto
Y de tu real estado
Despojándote. ¡Ay, ay, quánta fatiga!;
¡quánto afán al caballo y al valiente
Infante amaga! ¡a lança y a loriga!
Mueves contra tu gente
¡quánta diestra enemiga!
Ya suena el atambor; ya las vanderas
Se despliegan al viento; ya, obedientes
Al açicate, corren en hileras
Los ginetes ardientes
Y las yeguas ligeras.
No escusas, no, la lança y el trançado
Arnés, en sólo el ámbar y el curioso
Peyne (¡oh varón!, ¡oh rey!) exercitado:
¿no vees quán espantoso
Vaja el campo, y formado?
Mira cómo Tarife, travesando
Osado por las huestes y valiente,
Tu enseña abate, y Muza destroçando
(asombro de tu gente)
Los campos va talando.
Conoçerás allí al nunca vencido
Almançor, que en tu mengua se engrandeçe.
Mas al conde, ay, ¿no vees quán sin sentido
Y hierbe y se enfureçe,
Buscándote ofendido?
No assí medroso gamo, no assí presto,
Será que deel hambriento lobo huya,
Qual flaco tú deel émulo molesto:
Haviendo a aquesta tuya
Prometido no aquesto.
Trayrá – presago yo – al godo su día,
Tras no muchos diziembres, la africana
Armada que ya el Çielo ayrado guía:
Cayrá tu soberana
Y antigua monarquía.”